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EL DESGOBIERNO DE RAJOY. Un verdadero Frankenstein de la política.

Escribe Marcelo Espiñeira.


Con enorme desconsuelo asistimos hoy al fracaso estrepitoso de un sistema de representación anacrónico, que lejos se haya de beneficiar a sus ciudadanos.

Parafraseando a la “jubilada” voluntaria Esperanza Aguirre...”habrá que cambiarlo todo”, aunque la autora de esta frase pueda generar la más enérgica de las dudas en cuanto a sus verdaderas intenciones.

¿Qué debería suceder cuando un candidato a la presidencia accede a una mayoría absoluta prometiendo crear empleo y luego de instalarse en el poder trabaja en la dirección inversamente contraria a la prometida en campaña? ¿Qué prevee la “sagrada” Constitución ante este peligrosísimo desajuste del sistema democrático? Pues, mucho me temo que nada y que la mentira está consagrada como inmune por los inmaculados escritos que tanto se ufanan en defender los actuales gobernantes cuando mejor les conviene.

Desgobernar es no ejercer el poder en beneficio de los gobernados. Y en esta frase podríamos sintetizar la gestión de Mariano Rajoy. A todas luces, una administración que representa el mayor despropósito del que se tenga memoria desde la muerte del dictador.



La obsesión del centralismo
Si algo caracteriza a este gobierno español es su escaso disimulo a la hora de favorecer un centralismo salvaje que nos retrotraiga a un diseño pre-democrático. Por su capital importancia, el tema en cuestión hubiera necesitado un debate previo, que en la campaña electoral de 2011 jamás se abordó con seriedad, ni sin ella. Directamente en sus discursos obviaron mencionar sus intenciones al respecto, como tantas otras que luego se convertirían en el eje de la actual política de Estado.

Recordemos que en campaña, el candidato Rajoy se limitó a repetir la palabra “empleo” cinco mil ochocientas treinta y cuatro veces al día, como un autómata recientemente ensamblado en la factoría de la madrileña calle Génova. Un perfecto Frankenstein de la política que sedujo a sus votantes con técnicas de tarotista de la medianoche y surfeando la torrentosa corriente a favor que Zapatero le había servido con esmero. Pero de su hoja de ruta, nada nos enterábamos. De sus politícas, ni palabra. De sus prioridades, menos que menos. 

Una vez legitimado en las urnas (ampliamente), su partido pensó que había ganado una guerra civil o algo por el estilo. Porque de otra manera no podemos explicarnos la agresividad de su discurso o de las medidas promovidas. El castigo a los perdedores de esta ficticia o encubierta contienda, está siendo cruel y desmedido, casi sin medir sus consecuencias, en plan experimental y tensando todas las cuerdas disponibles en tiempo récord  Como un cataclismo que amenaza con llevarse por delante a todo aquel que no esté bien apuntalado.

Resulta poco recomendable asistir al desmantelamiento del estilo de vida de un pueblo entero (el caso latinoamericano es reciente). Nunca estamos preparados para semejante shock y nuestro poder de adaptación tiene sus límites. En este sentido, vale decir que desde el propio gobierno no lo ignoran, lo saben, y sin embargo lo promueven y lo ejecutan. Aunque resguardando fervientemente su propia parcela y fomentando una mayor conquista de poder, eso está claro. No vaya a ser que los recortes y la austeridad acaben por perjudicar algún negocio relacionado con la financiación ilícita del Partido Popular. Dios y Rouco Varela no lo permitan.


Gozando de una situación inédita en cuanto al poder ejecutivo propiamente dicho, Rajoy se apura en llegar, lo más pronto y cerca posible, al diseño de esa España que añora y que sueña con refundar. Aquel hombre barbado que parecía mesurado y conciliador, ahora se muestra beligerante y obstinado. Ubicándose casi a la derecha de Aznar, quiere elevar la carga impositiva sin contemplación alguna, cercenar el derecho ciudadano a manifestarnos, uniformar los contenidos de los programas educativos, limitar el acceso a la sanidad pública, desarmar el sistema de la seguridad social e intervenir las diferentes facultades económicas de las Autonomías. Como si nos estuviera chillando a grito pelado: “...os quitaré todo lo bueno que tengáis, os subiré los impuestos, no pienso garantizaros nada y además no quiero que os quejéis”.

Crueles pero ineptos
Así y todo, el principal enemigo al que se enfrenta el desgobierno de Rajoy se esconde tras su propia ineptitud. Por más que se esfuercen en proyectar una cierta imagen de control y cohesión en sus ideas, constantemente sus ministros quedan expuestos a la chapuza o las ocurrencias que tanto criticaban cuando eran oposición. Disponemos de ejemplos suficientes citando la patética gestión de Ignacio Wert, más emparentada con la de un ministro de cultura nombrado por una dictadura militar sudamericana del siglo pasado que con la de una nación democrática que pretende ocupar la primera línea mundial. Ni hablar del desdichado José Soria, quien va dando palos de ciego en la sensible y estratégica área de las energías, cargándose a los pobres mineros y encaminándonos hacia un balance importador inadmisible a corto plazo. O el célebre dúo Montoro-De Guindos, que mientras negocia la deuda soberana en Europa, acepta el pago de unos intereses escandalosos con la única garantía de nuestro propio pellejo y el incremento desproporcionado de la carga fiscal sobre los que menos tienen.

Las marchas y contramarchas se suceden, el horizonte apuntado no es fiable y los objetivos para el bien común francamente no existen. Por lo tanto, es más que justo preguntarse acerca de la legitimidad de este gobierno. Si el séquito de Rajoy piensa limitarse tan solo a cumplir la hoja de ruta impuesta por Angela Merkel y los bancos alemanes, probablemente nos esté saliendo demasiado caro su andamiaje político. Analizado desde un estricto plano economicista, igual que cuando nos meten el cuento de que “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”, este gobierno está resultando inutil y ruinoso para sus ciudadanos. 

Amordazados
Luego de la importantísima protesta del 25-S en las calles de Madrid, al diligente ministro de Justicia (Ruiz Gallardón) le ha llegado el encargo de prohibir el derecho a la manifestación por la vía legal y cuanto antes mejor. Ya su colega que ocupa la cartera de Interior (Fernández Díaz)  había avanzado en este sentido, vinculando la marcha de los mineros asturianos con actos de terrorismo callejero. Y el eurodiputado radical Mayor Oreja no ocultó su deseo de que la TVE ponga a los toros cuando en la plaza Neptuno se estén repartiendo porrazos a los desahuciados del sistema. De prosperar este acelerado ritmo de represión institucional, no será atrevido afirmar que en las calles de El Cairo ya se respira más libertad que en las del Reino que nos ocupa y preocupa. 



Algunos deberán comprender que ninguna mayoría absoluta es eterna y menos en los tiempos que corren. Inmersos en una crisis sin igual, la democracia participativa necesitaría ser incrementada y no cercenada como pretende el partido político plácidamente instalado en La Moncloa. Si dejan de atenderse los llamados de una ciudadanía golpeada y estafada, al tiempo que se intenta criminalizar sus legítimos reclamos, podrían estar conduciéndonos hacia un desborde social de graves consecuencias.

Me niego a creer que los ejecutivos de los bancos acreedores alemanes estén sopesando siquiera semejante descalabro humanitario para la Comunidad Europea, por más que estemos ubicados en el cuadrante sur “malgastador”. Si Rajoy no sabe cómo conducirnos hacia un futuro mejor, debería dar un paso al costado pronto. La sensación es que está absolutamente desbordado por las circunstancias, con los peligros que ello comporta.


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