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DJANGO DESENCADENADO. Posmoderna e intertextual

Una crítica de Lilian Rosales de Canals.


Cuando decidimos asistir a un film de Quentin Tarantino (Tennessee, 1963) sabemos que tenemos garantizado un empache de violencia gráfica, una reescritura del cine y una subversión de los Blaxploitation (género de cine de los `60 y `70, favorito del director). De esta premisa se desprende la imposibilidad que ahora tiene el autor de sorprendernos con el guión de Django desencadenado, no así con los recursos narrativos y cinematográficos que emplea, siempre ingeniosos, al trocar la realidad en beneficio de una ficción que percibimos como cierta, en uno de los mejores guiños a los Western de todos los tiempos. 
Django desencadenado es puro Tarantino. En él no se escapa nada, salvo el sexo. Hay sangre a galones y una multiplicidad de impactos de bala que no dejan ningún recodo del cuerpo sin impactar. Casi exento de efectos complejos -según declara su equipo de producción- la violencia más que explícita está lograda con verdadera precisión. Todo y que parece excesiva, puede acaso responder a la clara intención del autor de llevarnos de la mano hasta el cénit anímico en tres etapas claras, una introductoria, salpicada de elegante comedia, donde  el garbo histriónico del Dr. Schultz (Christoph Waltz) borda nuestras simpatías. Una segunda parte, grotesca y atroz, que nos presenta aberrantes abusos cometidos contra la población negra en aquellos escenarios fandangosos del Sur esclavista. Aquí el autor premeditadamente se empeña en poner la cámara para que chupemos mucho, pero mucho odio. El espectador saturado de injusticias se contagia de la pulsión vengativa que se respira por doquier, entonces está listo para entrar buscando alivio, en lo que sería el tercer acto, como si de un regalo catártico se tratara. Nuestro desconcierto radica en ese momento -si somos alérgicos a la violencia- en ¿cómo es posible que la producción nos insufle tal grado de repudiables sentimientos y sensaciones?



Django desencadenado cuenta la historia de un esclavo liberto del sur de los EEUU interpretado por Jamie Foxx, quien aliado a un caza recompensas alemán, el Dr. King Shultz, pasa el invierno matando gente por dinero y en un acuerdo de negocios con su socio, decide  ir en busca de su esposa Broomhilda (Kerry Washington) para rescatarla y desatar una dulce venganza.


Los actores Christoph Waltz y Jamie Foxx, en Django desencadenado.

Vintage sonoro
Un elemento destacadísimo del cine de este autor norteamericano son sus poderosas bandas sonoras.  Títulos como “His name is King” en la voz de la italiana Edda Orso, la versión rapeada por 2Pac del "The Payback" de James Brown o clásicos de Ennio Morricone potencian los argumentos de los personajes, al tiempo que facilitan nuestro viaje por aquellos parajes sureños, repletos de verdor y lodo. 







Nada de documental
El film ha resultado controversial. Las críticas han apuntado en sentidos contrarios. Aquellos que la interpretan como una gamberra producción que abandona la sensibilidad hacia la terrible historia racial de EEUU y otros para quienes se trata de un agotamiento de las formas "Tarantinezcas" que vuelven a insistir en la violencia, pero esta vez banalizando el dolor del pueblo negro. Hay quienes desean ver en la producción una revisión histórica y un interés por despertar el debate en torno a los horrores raciales y las desigualdades. Más allá de las presunciones acerca de las intenciones de Tarantino por pretender una cosa u otra, nos ocupa su rúbrica estética que se eleva muy por encima de las cuestiones formales referidas a la memoria colectiva, aunque Django sea una producción deliberadamente provocativa que no puede evitar despertar picores. Es así, porque el director consigue armar un western desde la emocionalidad, con alguna referencia histórica al tema en cuestión,  pero sin ninguna pretensión  documental, con un manejo extraordinario de los recursos desde una perspectiva posmodernista.


Leonardo DiCaprio en el rol del esclavista Calvin Candie.

Guiño a los clásicos
Django desencadenado congrega el espíritu de las películas de serie B, con el subgénero étnico de los metrajes de explotación de los ´70 y el Spaghetti Western de siempre. Emplea, como de costumbre, una suerte de collage de estilos e influencias, y una manera muy particular de homenajear la vida desde los opuestos, desde su concepción más bizarra, en la muerte y la violencia. La complejidad moral y esa ultraviolencia explícita entonces se abren paso en un cine revisionista donde parece estar presente algunos rasgos estilísticos de Bloody Sam  Sam Peckinpah (California, 1925/1984) en su “The Wild Bunch” (1969).  En cuanto a la estructura, Sergio Leoni (Roma, 1929/1989) también se manifiesta en la yuxtaposición de primerísimos planos con largos-planos-largos, hermosos y capaces de dotar a la cinta de un espléndido ritmo alimentado por esa banda sonora que habla sola, y le ha supuesto una nominación al premio de los Oscar a Wylie Stateman


El legendario cineasta Sam Peckinpah.

Pero aunque tenga consonancias estilísticas y coincidencias en la trama con Peckinpah y Leone, el tratamiento que hace de la violencia es muy diferente. En Érase una vez en el Oeste (Leone, 1968) la venganza es sombría y desesperanzadora, y en Perros de paja (Peckinpah, 1971), escalofriante y sádica. En Django es un jolgorio, tanto que termina con una masacre en la que Broomhilda se deleita como si se tratara de un nacimiento. 


Tarantino ha incorporado con precisión extrema a lo largo de sus producciones diversas bandas sonoras de los legendarios western. Con el soundtrack de su primera historia de cowboys debía superarse y lo ha conseguido. Mención aparte merece la incorporación de las piezas del maestro Morricone en el empleo de la funky banda de "Dos mulas y una Mujer" (1970) protagonizada por los míticos Clint Eastwood y Shirley MacLaine.
En la usual línea de romper toda ortodoxia trasgrede el estilo musical "vaqueros del oeste" e introduce géneros como el country folk de los 70 (Jim Croce) o el funky soul en remix de James Brown, en una intención de tirar un cable a las nuevas generaciones.


Que Django desencadenado es otro parto de la obsesión inexplicable de Tarantino por las tramas de venganza, está más claro que el agua. Ya hemos visto que tampoco resulta nada novedoso que muchos de sus personajes y de los planos sean clásicos extraídos de otros Spaghetti Westerns y ni siquiera es en sí muy diferente de otras producciones propias como Jackie Brown,  Inglourious Basterds o  Kill Bill. Lo curioso es que allí radica la fortaleza de esta producción. Aunque en ésta, el Blaxploitation se respira a todo tren en escenas como el traslado de los esclavos negros encadenados o las clásicas de azotes, el toque Tarantino vuelve a descolocarnos cuando encontramos deliberadas reminiscencias a los dibujos animados. Destaca en este sentido, el breve cameo del propio director que desaparece en una explosión al estilo Looney Toons y la muerte de la hermana de DiCaprio despedida por efecto de un tiro. 


Jamie Foxx en el rol de Django.

Atrevida e hiperbólica
Esta magnífica producción luce posmoderna e intertextual, plagada de referencias visuales y narrativas, se lee desde otros autores, otras producciones y esconde más realidad que ficción. Tarantino decide mostrar una especie de teatralidad y artificialidad que le alejan claramente de cualquier idea de lo documental, aunque caprichosamente no abandone el coqueteo con ciertos estigmas sociológicos y hunda el dedo en la llaga al mostrar a un  despreciable Leonardo DiCaprio exponiendo en tono irónico el tratado antropomórfico de la frenología para justificar sus abusos hacia la población negra. Sin embargo, el film presenta en este sentido grandes incoherencias a priori. Historiadores y críticos niegan por ejemplo, la existencia de las peleas de mandingos


Pese a ello, lo trascendente del cine de Tarantino no es si remite a una historia del mundo real, sino más bien, que el universo de sus personajes, absolutamente ficticio, logra brillar con propia luz y adquirir vida en el imaginario colectivo ¿Cómo consigue la armonía en un film capaz de mezclar una escena gore del esclavo muerto en las fauces de feroces perros con un efecto propio de los dibujos animados? La intención no parece burlarse de la esclavitud, sino llevarnos desde el despertar de nuestros propios sentidos a una reflexión en torno al miedo y el rechazo de lo que pudo ser una realidad, rebajándola a nivel de ficción para dar la libertad de posicionarnos.


Disparo mortal en Django desencadenado.

Valorarla moralmente no es nuestro trabajo y resultaría un tanto complejo. Si sus escenas rayan en la perturbación, son altamente brutales y a ratos da la impresión de que banalizan el tema de la violencia racial, por otro lado nos ofrecen a un carismático Dr. Schultz que encarna el desprecio y la desazón frente a la esclavitud, al punto de inmolarse cuando se enfrenta al soberbio negrero Calvin Candie (Leonardo DiCaprio). Es quizá este momento el que recoge el cénit dramático y resuelve el desacierto del espectador acerca del verdadero pronunciamiento del autor en torno a la esclavitud: un fuerte rechazo hacia la perversa práctica.


Sin excepción, la película es una apuesta atrevida, al mostrar ese odio visceral hacia la explotación negra. El autor ve necesario desvelar sus horrores con saña, en una suerte de hipérbole, y con las debidas trasgresiones históricas. Nada tiene que sorprender a los conocedores del género, cuando Tarantino ya ha sido capaz de matar a Hitler en Malditos bastardos (2009). 


El actor Don Johnson en el rol del negrero de Django desencadenado.


A pesar de todo
Si hasta el momento pudo subsistir alguna queja en relación a sus descarnadas escenas o a su aparente indefinición moral, la actuación reivindica la increíble factura artística de la cinta. DiCaprio es excepcional en su vileza y depravación. El dolor, la contención obligada por el maltrato, la intrepidez  y la violencia bebida a sorbos se puede sentir en la mirada de Jamie Foxx anhelando la revancha. Samuel L. Jackson, como Stephen, el fiel perro de compañía de Candie, es tan caricaturesco como aborrecible y es a fin de cuentas, un personaje-catalizador que desencadena las fobias urgentes del espectador. Pero Christoph Waltz, destaca por el carisma, la genialidad y por personificar a todas luces, la antítesis de tanto atropello.

Connotaciones negativas aparte, en Django desencadenado sobresalen la apuesta estética, la belleza visual, la impecable narración, el claro estilo, sus nítidos diálogos, la inmejorable fotografía y sus toques de humor negro. Estas son suficientes razones para recomendarla, a aquellos que puedan soportar 2 horas y 46 minutos de furia salpicada por abundante sangre. 

Samuel Jackson y Kerry Washington en Django desencadenado.























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